Comunicación y escucha

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Todo es lenguaje. Así llama Estrella Montolio a su participación en rne1 los domingos por la mañana. Lo encuentro fascinante y en cada intervención más me convenzo de la importancia del lenguaje: en las relaciones, en cómo nos concebimos, en cómo nos sentimos y afrontamos la vida. ¡En todo! Recuerdo la película La llegada en la que aparecen unos extraterrestres; entre los muchos expertos encargados, es la experta en lenguaje la que descubre mientras va aprendiendo el idioma y la forma de comunicar de los extraterrestres, que su mente se va transformando, cambia y adquiere nuevas capacidades. ¿Hasta ése punto nos afecta y define el lenguaje?

El lenguaje lo aprendemos desde pequeños: «no, mamá, mío, quiero …», luego aprendemos vocabulario y gramática en la escuela. Eso es lo que entendía por lenguaje, una forma de expresión de lo que se forma internamente en mí. Lo que no sabía es que puede ser más, es el engranaje mediante el cual construimos nuestros pensamientos, emociones, deseos, el relato de nuestras memorias y recuerdos, en definitiva, de alguna manera el lenguaje nos define. Cuanto mayor es nuestra capacidad de expresar, mejor comprendemos, nos entendemos y comunicamos. Las palabras incluso impactan físicamente en nuestro cuerpo, eso ya se ha demostrado y medido. En el nuestro y en el de los demás. Por eso Luis Castellanos nos habla de la importancia del lenguaje positivo en esta conferencia

A mi entender, uno de los problemas principales en la comunicación, es que hablamos para que nos entiendan y escuchamos para responder. Eso es una comunicación egocéntrica que nos incapacita porque nos limita. Ahora se habla de la escucha activa, ¿se enseña eso en las escuelas?, ¡debería!. Se trata de escuchar para comprender, para aprender cosas nuevas. Cuidado que no es nada fácil.

Una escucha activa verdadera requiere algo de lo que ahora se habla mucho: la empatía. Empatía es un término realmente interesante que abarca distintos aspectos, no sólo el emocional. También hay una empatía cognitiva que implica los aspectos mentales y racionales de comprender lo que la otra persona comunica, tal como ella misma lo expresa, con su lógica. Algo que rara vez hacemos, porque tendemos de forma natural a «traducir» lo que escuchamos en lo que ya conocemos.

Me resulta curioso que el proceso de comunicar y escuchar activamente, resulta muy similar al ejercicio de la meditación en ciertos aspectos. Tal y como yo lo practico, para empezar a meditar hace falta que durante un momento sea capaz de soltar mis sistemas de creencias y conocimientos adquiridos, los prejuicios, la persona que creo que soy, el ego. Para abrir la mente a algo nuevo, diferente porque no es lo ordinario. Activar la atención plena a lo que se manifiesta en ese espacio de escucha. No juzgar o interpretar lo que percibo, evitar esa respuesta mental automática que me devuelve de nuevo a la limitación de mis prejuicios. Sentir el efecto de lo que se manifiesta en el cuerpo. 

¿Cómo será mi comunicación si hoy soy capaz de escuchar desde esa actitud meditativa?

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Sudokus

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Me encanta hacer sudokus. Me serena, me da paz. Es un espacio bien acotado donde los números familiares y sencillos, de forma ordenada van encajando en su sitio preciso, armonizando con su entorno y combinando con los demás. Cuando se completa queda un cuadro perfecto, fuera de sus bordes no hay nada más de que ocuparse.

La vida sin embargo, no es así en absoluto. Como dice Albert Espinosa, la vida es tan inteligente que cuando crees que sabes las respuestas, va y te cambia las preguntas. ¡Que cachonda la vida!

En estas semanas de verano he sentido la necesidad de pararlo todo y descansar, salvo lo estrictamente ineludible. Necesitaba una pausa a nivel físico, mental y emocional. Hasta la meditación la he pausado también. Ahora que ha transcurrido un tiempo y la temperatura se ha suavizado un poco, se vislumbra una nueva temporada. Y cuando empiezo a pensar en planes siento un vacío inquietante, un pellizco en el estómago ¿y ahora qué?

Sería muy fácil volver a entrar en la rutina de los hábitos conocidos, volver a mis aficciones favoritas, lo que sé que me agrada, pero no me parece el camino adecuado porque este plan viene del pensamiento. Falta la chispa, la ilusión, no hay emoción. Por eso prefiero seguir profundizando en la incertidumbre, flotar en el vacío, acomodarme en la zona de no confort para seguir explorando.

Clarissa Pinkola en su libro Las mujeres que corren con los lobos se refiere a la creatividad como un agua clara en forma de un río subterráneo «que discurre por el terreno de nuestra psique» (Capítulo 10, El agua clara: El alimento de la vida creativa). Y lo relaciona con El Río bajo el Río: «Llega allí a través de la meditación profunda, la danza, la escritura, la pintura, la oración, el canto, el estudio, la imaginación activa o cualquier otra actividad que exija una intensa alteración de la conciencia. Una mujer llega a este mundo entre los mundos a través del anhelo y la búsqueda de algo que entrevé por el rabillo del ojo. Llega por medio de actos profundamente creativos, a través de la soledad deliberada y del cultivo de cualquiera de las artes». Una mujer, o un hombre 😉

A mí eso me llega a través de la meditación. Así es como yo entiendo que a veces es bueno y necesario adentrarse en ese Río bajo el Río. Intuyo que allí abajo, donde no existen ni el orden ni las formas definidas que tanto me atraen del sudoku, donde todo es posible, donde las contradicciones se dan la mano; en las profundidades abismales, finalmente encontraré el agua de la vida y la sabiduría. Y cultivando ese estado, dejándome arrullar por las aguas claras, cuando descanse y me abandone, llegará el momento en que todo sea perfecto, justo tal y como es. Entonces quizás se muestre la puerta hacia el camino adecuado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Aromas

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Este fin de semana estuve en un Taller sobre Aromaterapia y Estados Emocionales impartido por Laura Romera. Nos explicó la teoría, que resultó tremendamente interesante y también hicimos prácticas: catas de aromas, masajes… Todavía me dura el impacto y la sorpresa por el efecto de los aromas en mi estado emocional y en el resto de los participantes. ¡Experimentar para creer!

Algunos aromas me inspiran belleza, armonía, paz; asocio los aromas a las experiencias agradables porque generalmente los utilizo para eso. Pero observé que no todos experimentamos la misma respuesta ante un estímulo aromático concreto, ni todos los aromas útiles son dulces. Y resulta impresionante comprobar cómo los distintos aromas nos rescatan de la memoria emociones y recuerdos, algunos aromas o el conjunto de ellos.

Disfruté enormemente de la experiencia de probar distintos aromas hasta que uno de ellos me impactó por desagradable. Y para mi sorpresa y estupor, me torció tanto el ánimo que me revolvió las entrañas y me puso al borde de las lágrimas. Me costó volver a experimentar el deleite con el que hasta entonces había disfrutado de las esencias. Habíamos conjurado la presencia de nuestra infancia porque nos pidieron traer una foto de cuando éramos niños y simplemente dejarla sobre la mesa mientras catábamos los aromas. Curiosamente fue en ese momento desagradable cuando llevé mi mirada hacia la foto y sentí una profunda tristeza. Me pasó a mí, pero algo similar le ocurrió a cada uno de los asistentes, cada quien tuvo su respuesta emocional relacionada con la infancia.

El conjunto de las emociones que allí se expresaron en relación con la infancia me ha hecho reflexionar. Lo normalizamos a lo largo de la vida, sin embargo el paso desde la infancia hacia la vida adulta está lleno de ilusiones perdidas, de alegría abandonada, de sueños olvidados, de pérdida de libertad, de renuncias, de frustración ante la incomprensión, represión. ¡Cuántas de estas cosas que nos pasaron en la infancia han quedado atrás!. Incluso aunque se tenga la fortuna de contar con un entorno protegido, con unos padres amorosos y en tu mente veas tu infancia como un tiempo feliz, incluso aunque no lo recuerdes, hay mucho de esto. Parece algo natural, pero cuando afloran así las emociones, como ocurrió en este taller,  resulta impactante.

Mientras asumimos esa parte de la realidad adulta que implica asumir responsabilidades, el trabajo, las estructuras familiares y sociales, etc. La manera en la que aprendemos todo eso, nos va llevando a construir una imagen de nosotros mismos que se acomoda a lo que el entorno demanda de nosotros, mientras quedan en el inconsciente estas memorias infantiles de lo que éramos y cómo entendíamos la vida cuando éramos niños.

Ahora me llena de melancolía el contemplar todo eso a lo que tuve que renunciar. Tiene que haber otro modo de crecer, de hacernos adultos y madurar sin perder esa alegría, las ganas de jugar, la ilusión… Mientras tanto, no renuncio a todo lo aprendido en el proceso de madurar que es valioso para mí, pero quizás ha llegado el momento de reconsiderar aquellos aspectos de mi naturaleza que quedaron escondidos y volverlos a incorporar a mi vida. Bien, vale; el cuerpo ya no es el mismo, he crecido, jugar igual que entonces va a ser que no ( ji ji ji ). Pero desde mi madurez, puedo permitirme dejar aflorar todo aquello que desde el fondo de mi ser (no desde el recuerdo) sienta que necesito incorporar a mi vida actual sin preocuparme por lo que los demás digan; abrir mi mirada un poco más para volver a ver la vida con esos ojos de la infancia, recuperar la magia, la libertad, la alegría despreocupada. Vale la pena, aunque solo sea para sanar esa tristeza escondida en el fondo de la memoria.

Gracias Laura 🙂

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El ser superior

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Este es un tema delicado, apenas lo dejé entrever cuando hablaba en un artículo anterior de Mi yo pequeño. Ahora que quisiera adentrarme más en ello, necesito un poco de valor porque es algo muy personal y profundo.

Primero intentaré salvar algunas barreras. Puedo entender que al referirme al ser superior, si esto no forma parte de tu experiencia, es perfectamente razonable que desconfíes y hasta creas que son ilusiones mías. Es natural, a mi también me ha pasado y me pasa. Lo que no forma parte de mi experiencia no es realidad para mí, puede que sea la experiencia de otra persona y la realidad de otra persona. Pero mientras uno no lo experimenta por sí mismo, solo puedes contemplarlo como una creencia: creo lo que me cuentan de la superficie lunar, pero no lo sé porque no he estado allí para comprobarlo.

Personalmente no soy muy de creer, simplemente observo e intento respetar las realidades o evidencias de otros sin aceptarlas o rechazarlas. Bien es cierto que también encontraremos personas que viven en la ilusión o incluso que mienten deliberadamente: es importante tener un criterio y un fundamento, así como contrastar la información para no caer en engaños. Aún así, es evidente que si te encierras en lo conocido y en lo seguro, nada nuevo te puede llegar. Es preciso salir de esa zona de confort y abrir la mente a la posibilidad de que las cosas pueden ser diferentes de lo que hasta ahora conoces o crees saber.

Puedes creer que Jesús obraba milagros, que Buda podía materializar su cuerpo físico en distintos lugares, que haya vida en otros planetas o que haya personas capaces de percibir a otros seres sin cuerpo… O puede que alguna de estas cuestiones formen parte de tu realidad (probablemente escondida) y como ya lo has experimentado, para ti sea ya tan real como el aire que respiras. En cualquier caso yo no pretendo convencer a nadie de lo que expongo, simplemente explico lo que forma parte de mi experiencia y por tanto de mi realidad.

Y después de este extenso preámbulo, vamos al tema. Lo que yo entiendo como ser superior contiene el yo pequeño y se expande hacia una conciencia más amplia. Todos tenemos la capacidad de conectar con lo que C.G. Jung definió como inconsciente colectivo. Lo hacemos cada día a través de los sueños (los recordemos o no, soñamos), las intuiciones, la meditación, la creatividad, etc. Hay formas naturales de conectar y también formas inducidas externamente: hipnosis, sugestión, sustancias naturales o sintetizadas. De distintas maneras se puede llegar a tener conocimiento de algún tipo de estado ampliado de la conciencia Puede incluso que te haya pasado ya, pero lo hayas incluido dentro de los fenómenos extraños o casualidades inexplicables. He podido comprobar, indagando en mi entorno de personas más próximas y familiares, que casi todos hemos tenido o conocido algún tipo de experiencia inexplicable, de la que normalmente no se habla para que no te tomen por loco.

Yo he llegado a experimentar esa expansión de la conciencia a través de métodos naturales, fundamentalmente la meditación. Desde este estado de conciencia ampliada, puedes dejar a un lado el jaleo de la mente y sus quehaceres, las sensaciones físicas, los conflictos emocionales: el «yo pequeño». Esto no son superpoderes ni es paranormal, está bien estudiado y documentado por la ciencia occidental. Y en situaciones normales de la vida resulta muy interesante para relajarse, descansar y poner orden en tu vida, pero en situaciones mucho más difíciles como crisis emocionales, enfermedad o muerte cercana, también puede ser de mucha ayuda.

Mi experiencia es limitada, pero hasta donde llego, ampliar la conciencia no significa que vayan a desaparecer instantáneamente la confusión, el dolor, la angustia o el miedo. Pero sí que se puede llegar a un lugar de paz desde el que las sensaciones son más livianas, hay más claridad y llega a tu mente más información que resulta muy útil en el proceso. Puedes llegar incluso a encontrar un sentido profundo a lo que te está ocurriendo, a entender que el proceso te resulta necesario para llegar al conocimiento de ciertas experiencias, para crecer en sabiduría y amor. Cuando esto ocurre, ya tu problema no te parece tan terrible, entiendes que es natural y aceptas la situación. Puedes llegar hasta percibir un orden en las cosas y una sensación de que todo es perfecto ¡tal como es!, incluso en la enfermedad y el dolor.

Es muy liberador porque así puedes llegar a experimentar plenitud, alegría y paz, incluso en las situaciones más adversas. ¿Sugestión? ¿Efecto placebo? Mi maestro de meditación Avihay dice que no existe el efecto placebo, que lo que hay es un efecto conciencia. Es nuestra propia conciencia expandida la que puede influir, alterar y abarcar todo lo que forma parte de nuestra experiencia vital de una manera que todavía no se comprende de forma generalizada en nuestra sociedad, que todavía no está suficientemente corroborada ni explicada por nuestros entornos científicos, aunque algunos científicos  ya lo estudian y se atreven a difundirlo.

En cualquier caso y sin perjuicio de otras medidas más habituales y perfectamente cabales, como tomar un analgésico para aliviar el dolor: si puedes llegar a experimentar esta experiencia de plenitud y bienestar, ¿no te apetece explorarla?  A mi si, y en ello estoy.

 

 

 

 

 

 

 

Mi yo pequeño

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Mi yo pequeño es ese ser que se arruga ante un desafío, porque piensa que no está suficientemente preparado o no es bastante fuerte. Es el que no se concede aceptar los regalos de la vida, cuando cree que la vida es cruel e injusta. Es ese yo que se encoje impotente ante una enfermedad esperando que pase por sí sola, porque se siente débil e incapaz, disminuido.

Mi yo pequeño es ese que se limita a las creencias y las circunstancias. Y tal como lo entiendo, está constituido por una imagen mental que voy elaborando en mi cerebro, a base de experiencias y opiniones. A menudo son las experiencias y opiniones negativas las que dejan una huella más profunda y las que más fuertemente impregnan esta imagen mental, con lo que a medida que pasan los años ese yo corre el riesgo de hacerse cada vez más pequeño, más limitado. Y como precisamente en nuestra sociedad actual cumplir años es otra circunstancia que también se ve negativa, pues peor aún. 

¿Pero de verdad me identifico con ese yo pequeño? Pues sinceramente no. ​Reconozco que a​ veces caigo en la confusión y me vengo a menos, ​pero ​cuando respiro, ​me ​relajo, me separo de las circunstancias de la vida y medito, siento que aunque la vida ​me parezca​ ​en ocasiones ​cruel e injusta, también es generosa, abundante​,​ bella​, maravillosa, mágica​. Que aunque ​sienta ​en ocasiones ​que ​mi cuerpo no re​ún​a condiciones para llevarme donde y ​en la manera que​ yo quisiera, por lo general me sirve bien y muestra una sabiduría inconsciente que si la atiendo y la escucho, me enseña el camino adecuado para tener una vida más plena, más saludable. Incluso en la enfermedad.​ Mi cuerpo es perfecto y maravilloso, tal como es.​

Cuando aparto de mi mente esa idea de que soy mi yo pequeño y me permito confiar en mi instinto, en todo lo aprendido, en la sabiduría inconsciente y sutil que impregna mi ser y me conecta con el universo​. Cuando me abro a percibir todo lo que soy, me rodea y existe,​ entonces aparecen las oportunidades, las ideas, viene la inspiración, se hace la luz y se abren los caminos.​ Incluso aparecen los milagros, si. ​

Así lo explica Mario Alonso Puig, cuando dice que en todo ser humano hay grandeza, escúchalo aquí​Claro que la hay, grandeza en ti y también​ en mí​ ​ 🙂

 

 

 

 

 

 

Dulzura

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Ahora que estamos bien avanzados en las fiestas navideñas (ya sólo queda el roscón de reyes 😀) y ya tengo una buena dosis de dulces en mi cuerpo, he decidido transformar toda esta dulzura en bienestar para mí ser.

Me gusta el dulce: es amable, complaciente, estimulante, gratificante. Quiero llevar esas cualidades a mi vida.

¿Cómo puedo ser dulce con mi cuerpo? Ofreciéndole aquello que le beneficia, más allá de la satisfacción instantánea o la comodidad, pero sin forzar ni obligarme, con dulzura le muestro a mi cerebro las ventajas de lo que mejor le conviene al cuerpo y lo bien que me hace sentir.

¿Cómo puedo ser dulce con mis circunstancias actuales? Respiro y acepto la situación actual tal y como es, también todas las circunstancias del pasado que me han traído hasta este momento. Con dulzura me hago responsable del futuro inmediato, elijo las acciones que me llevan a la vida que quiero experimentar. No me culpo ni tampoco intento cambiar todo aquello que no puedo controlar. Con dulzura avanzo por el camino que se me ofrece y que más me satisface.

¿Cómo puedo ser dulce con mis emociones? Las observo atentamente, lo que me hacen sentir, cómo reacciona mi cuerpo ante ellas, como afectan a mis pensamientos. Con dulzura las dejo manifestarse y aprendo del proceso, me doy cuenta de que sólo con tomar conciencia de lo que pasa, ya se produce un cambio en mí. Cuando entiendo el mecanismo ya no me dominan las emociones, con facilidad soy más libre de elegir la actitud que deseo sentir y expresar.

¿Cómo puedo ser dulce con mi entorno? Busco la manera de darle tiempo y energía a todo aquello que es bello: la naturaleza, el arte, la generosidad, los gestos amorosos. Con dulzura me entrego al gozo profundo de estas situaciones que hacen de la vida una experiencia maravillosa. Siempre las hay. Y también circunstancias terribles, dramáticas; aunque no las busquemos apareren. Con dulzura me permito sentir el dolor, el miedo, la culpa… y no sucumbir al desánimo, aunque también me permita sentirlo: todo pasa, siempre hay cambios y me hago consciente de que incluso en los peores momentos, si me lo permito y me abro a ello, también se puede sentir lo más hermoso. ¡Se pueden sentir ambas sensaciones al mismo tiempo! Y eso me lleva a percibir la armonía y equilibrio que rigen el universo, todo está bien, ¡hay tanto que aprender y experimentar!

Con dulzura y a pesar de los años que ya cumplí, me permito ser como un niño: curioso, siempre dispuesto al juego, abierto a las emociones, inocente, entusiasmado por explorar y experimentar todo lo que existe, es o podría ser la vida.

Os deseo un año 2019 ¡¡lleno de dulzura!! 😍

 

 

 

 

 

 

 

 

Compasión

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Me parece interesante replantearse la definición de compasión, porque ahora se habla mucho de ese término, pero no todos entendemos lo mismo. Según la RAE, compasión es «Sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien», por eso alguien te puede decir con rechazo «¡No quiero tu compasión!», cuando no quiero que nadie me mire con pena. Y es que desde que en el 2005 el Dalai Lama visitara la Universidad de Stanford, se ha investigado y difundido mucho sobre este tema, así que cuando se habla de favorecer la compasión, entrenarla y practicarla, no nos referimos a eso que dice la RAE.

Me gusta mucho más la definición budista: según el Dalai Lama, es «el deseo de que los demás estén libres de sufrimiento». La compasión para mi no es un sentimiento de pena, va más en el sentido de «ternura… identificación», es una forma de expresar el amor, tanto hacia uno mismo como hacia los demás.

A veces, en el intento de sentir o expresar esa compasión, me encuentro con barreras cuando juzgo que la persona que es objeto de la compasión, no la merece. Entonces necesito comprender que todos estamos en un proceso continuo de aprendizaje en la vida. El respeto hacia la experiencia/ignorancia propias o ajenas, el respeto profundo por el proceso en el que cada cual se encuentra en la vida, es la vía que yo encuentro para superar esas barreras. Pero aún después de llegar a esa comprensión, a veces no basta, sigo encontrando resistencias. Cuando hay resentimiento, dolor, incomprensión, entonces es que hay algo más personal, lo siento más físico y adherido a mi esencia. Entonces tengo otra vía de liberación, el perdón. Por más que me cueste, por más que me resista a ello, hasta que no me sienta capaz de abrazar y perdonar, no podré liberarme de esas emociones que me atrapan.

La compasión y el perdón, ¡son dos herramienta tan poderosas! Puede que no lleguen a afectar al entorno de la realidad social, aunque yo creo que sí; lo que es seguro es que cambia mi sentir y me lleva hacia la armonía y la libertad. La libertad de elegir la posibilidad de liberar los patrones limitantes que nos imponemos o que llevamos incrustados en el pensamiento, esas creencias de que esto debe de hacerse así o que debo de actuar según un patrón establecido…,  me permite cuestionármelo todo y abrirme a la posibilidad de vivir conforme a mi propio sentir.

Y es que las cosas no son como son…, hay muy pocas certezas en la vida y si sólo tengo que nombrar una, es la certeza de que todo cambia, todo está en continuo movimiento, todo es pasajero. Entonces, ¿por qué aferrarse a las creencias?, es más práctico cuestionárselo todo. Uno puede elegir liberarse de la cargas del resentimiento, del dolor, la culpa producidas por situaciones en las que uno se embarca o en las que se ha visto afectado. Practicando la compasión conmigo y con los demás, aprendo a identificar mis conflictos. Un primer paso importante y necesario para poder liberarlos.

Otra cuestión que me parece interesante es que para ejercer la compasión, no es necesario experimentar o acompañar en el sufrimiento, en el dolor, etc. No es necesario, ni a veces recomendable, por ejemplo en el caso de duelo, para acompañar a una persona que sufre ¿por qué tengo yo que empatizar y sentir todo ese dolor? ¿hace falta llorar,  gritar, arañarse y arrancarse los cabellos junto al doliente para ayudar? En mi opinión, no. Es preferible la actitud compasiva, aceptar, abrazar, dejar que la persona doliente exprese sus emociones. Mientras yo mantengo el anclaje en mi paz interior para brindarle a la persona esa paz, ese abrazo, ese bálsamo que ayude a aceptar y trascender el proceso.

Compasión es aceptar y abrazar todo con amor. Arranca desde uno mismo y las emociones propias, hasta todo aquello que rodea la realidad que contemplo en mi experiencia vital.

Deseos

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Pedid y se os dará, decía Jesús. Creamos nuestra realidad, nos dicen Louise Hay y Wayne Dyer. ¡Que fácil parece!, solo hay que pedir un deseo y ya está. ¿Por qué entonces no funciona siempre?

Por lo que llego a entender, es que la cosa tiene truco. Resulta que tal como comenzó a explicar el padre del psicoanálisis S. Freud, nuestra mente tiene una parte consciente que es la que conocemos y experimentamos, y otra inconsciente de la que no conocemos nada pero que de algún modo influye en nuestra vida. Si tenemos en cuenta que esta parte inconsciente se estima que es un 95% de lo que somos, cuando pedimos un deseo ¿que parte de lo que somos se está expresando? ¿Es verdadero ese deseo o en mi inconsciente me contradigo?

Es curioso como a veces expreso el deseo de tener más tranquilidad, más tiempo, sin embargo mi actitud no va encaminada hacia ello. Corro de una tarea a otra, no me concedo el tiempo de descansar, en mi estado de querer llegar a todo sin gestionar mis propias necesidades, estoy emitiendo señales inconscientes de que busco más actividades… y claro, vienen más. Conscientemente quiero paz, pero inconscientemente busco tareas incesantemente. Y con un 95% de los recursos, ¡adivina quien gana!

Así que antes de pedir un deseo, tengo que asegurarme de que es verdadero. Me refiero a que esté en consonancia con todo mi ser. Claro, la tarea no es fácil porque comunicarse con la parte inconsciente se consigue sólo en parte (si no, no sería inconsciente). Además el inconsciente se expresa de forma extraña, a veces con señales, a veces con símbolos o enigmas. Hay que interpretarlo, pero en la traducción se pierde parte del mensaje original.

Las técnicas que yo utilizo para conectar con el inconsciente son conocidas: meditar, escribir, pintar, pasear. Toda acción que deja de lado la realidad actual y se abre a la creatividad o la expresión sin filtros, trae material inconsciente. También observarme y  ver si realmente mi actitud, mis acciones van encaminadas hacia la realización o me estoy boicoteando inconscientemente. Verse desde fuera es complicado, quienes tienen una impresión más clara son mis personas cercanas. Así que atención a los mensajes, si me dicen «¡no paras!», ya se que me estoy alejando de mi deseo.

En realidad toda esta reflexión me sirve para darme cuenta de la importancia de mantener el contacto con mi lado inconsciente en todo momento. Eso es lo que en meditación y yoga llamamos Presencia. Pues lo ideal es que mi vida esté siempre y en todo momento en consonancia: sentir, pensar y actuar en armonía con lo que deseo, en cada instante de la vida. Presencia… presencia, ahora… presencia.

 

 

 

 

 

 

Abrirse a la vida

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Abrirse a la vida es una expresión común que según entiendo, significa abrirse para poder recibir dentro de uno todo aquello que circula por nuestro entorno. Generalmente pienso en cosas bonitas: la belleza, la paz, el amor. ¿Significa eso? Al menos yo lo creía así, pero ahora no se si lo he entendido bien porque esta definición de abrirse a la vida, por más que sea algo maravilloso, ahora me parece pobre, limitada, limitante.

Hay otra manera de abrirse que no se limita a lo que siento como persona, como individuo dentro de mi (digamos por poner un sitio en mi corazón), a sentir la vida en mi corazón. Sino a sentir el corazón abrirse a percibir la vida a través y entorno a él. No hay un dentro de mí, porque es la vida en una totalidad que resulta inabarcable con mis sentidos, más allá de mi cuerpo, más allá de mis sensaciones. La vida fluyendo por mis átomos, la vida fluyendo por el planeta, por el universo entero. Mola, ¿a que si?. Este cambio en el significado de la expresión no ha llegado a mí como una iluminación instantánea, más bien ha sido un largo proceso de práctica y aprendizaje.

El cambio de perspectiva ha requerido de un cambio de mentalidad. Si pienso que lo que yo soy está circunscrito y limitado a mi cuerpo y al entorno de mi piel, entonces no puedo abrirme hacia fuera, sólo hacia dentro. Pero esta visión, que por cierto parece bastante generalizada y es la que yo he tenido hasta hace unos pocos años, cae por su propio peso a poco que reflexiono sobre los descubrimientos recientes de la ciencia. Sabemos que la materia no es una entidad completa, esa visión es parcial y solo funciona desde nuestra perspectiva humana y en la corteza del planeta. Hoy día la ciencia nos descubre que materia y energía son dos aspectos de una misma entidad, somos energía que vibra. Y si nos trasladamos a nivel subatómico o cósmico, todas las reglas que conocemos sobre espacio y tiempo pierden el sentido. Casi parece de locura, pero materia, espacio, tiempo, lo que define nuestra perspectiva de la realidad, es sólo un aspecto particular y parcial de lo que es la vida. Y el hecho de que lo ignoremos o no sepamos comprenderlo, no niega su existencia.

A la luz de todo esto, nada resulta más lógico que pensar que lo que somos y sentimos está en constante conexión con nuestro entorno, no puede limitarse a nuestro cuerpo material y los sentidos que percibimos. Y por más que resulte extraño al expresarlo, si me detengo a analizarlo veo que de esa manera se han expresado los poetas, músicos o artistas a lo largo de la historia, se sienten imbuidos de una emoción o inspiración que viene de fuera, les traspasa y se expresa por sí misma a través de ellos. Por tanto, podemos llegar a percibirlo, a experimentarlo y entonces no hace falta creer, porque resulta evidente igual que el peso de una piedra cuando la sostienes en tu mano.

Todo esto probablemente carezca de significado para tí si no lo reconoces desde dentro, si no forma ya parte de tu experiencia personal. Yo lo he aprendido meditando, pero si te apetece, te invito a ponerlo en práctica de la siguiente manera. Por ejemplo, cuando mires una flor bella pregúntate: ¿dónde está mi conciencia?, si está enfocada en lo que la flor estimula en mí, prueba a cambiar el foco: lleva el foco a la flor, pon conciencia en ese ser que está expresando la belleza que sientes, ¿qué más expresa la flor?. O si escuchas una melodía bella, ¿que te inspira?, ¿donde está tu conciencia?, ahora trasládala a lo que la persona sentía cuando la creó, empatiza con ella. Ábrete a observar, a percibir tu entorno.

Poco a poco la conciencia de lo que soy se expande, hasta que nada resulta más natural y más sensato: la vida fluye por todo lo manifestado, por mi cuerpo igual que por el universo. Yo soy la misma vida y como tal vivo más allá de mi experiencia en este cuerpo. La vida es continua, no desaparece cuando yo no la percibo. No necesito limitar mi percepción a mi experiencia humana, me puedo abrir a sentir la vida en su inmensidad.

Un paso atrás

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Aunque no lo lo desee, ni mucho menos lo buscara, tengo que reconocer que dar un paso atrás resulta una experiencia interesante, no es agradable pero sin duda proporciona una buena perspectiva.

Así es, estoy en retroceso. Sé que lo necesito, pero no lo consigo, no encuentro el ánimo que necesito para meditar de forma regular. Y observo cómo con ello cambia mi forma de vivir. Desde la des-gracia recuerdo y añoro ese estado de gracia en el que la luz brilla más, todo se ve como una oportunidad de crecer en amor, la vida te sonríe y te sientes capaz de afrontar cualquier situación con alegría. Es algo sublime, así los místicos religiosos lo describen como un enamoramiento «Dichoso el corazón enamorado» dice Teresa de Jesús, es que se parece mucho. Sin embargo ahora no me siento en esa gracia, encuentro difícil salir de la confusión mental que resulta de dar vueltas y más vueltas a la cabeza. Resulta agotador físicamente y además no se descansa bien, me cuesta dormir y el sueño no es reparador. No se puede disfrutar de la vida porque no estoy en ella, estoy en otra cosa, pero no sé dónde estoy. Me invade una desgana, una pereza, difíciles de superar.

No es agradable, pero no pasa nada, me quedo ahí y observo lo que siento. Observo todo lo que he aprendido en estos años de práctica con la meditación, los beneficios que me ha aportado, pero sobre todo tengo la tranquilidad y la absoluta certeza de que esto es sólo una borrasca pasajera. Más pronto o más tarde, con constancia pero con tranquilidad, la práctica y la experiencia me han de llevar de vuelta a la calma. Sé que todo lo que he aprendido en el camino me sirve para volver de nuevo a encontrar la ruta adecuada.

La gracia no es algo efímero, no es caprichosa ni pasajera, es permanente como la luz del sol. Aunque llegue la noche, el sol sigue brillando igual, eres tú el que queda en la sombra. Así las sombras que turban mi mente son las que me impiden sentir la gracia, pero sé que cuando se despejen volveré a sentirla. Porque la gracia no es más que la luz de la propia vida que fluye amorosa, infinita y se regocija cuando la recibimos y abrimos nuestros corazones como se abre una flor a recibir la luz del sol.

Un paso atrás, avanzar o retroceder, que más da si lo único que importa es seguir viendo la luz al frente del camino.

 

 

 

 

 

 

 

Correr, correr

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A veces tengo la sensación de que no paro de correr. Correr para todo, para el trabajo, las tareas, el ocio, correr para llegar antes al descanso, descansar rápido para hacer más cosas… Por más que me esfuerce en poner límites, horarios, que practique el decir «no» o programe los ratos para descansar, eso no basta, aún parece faltar algo. Y es que ya lo echo de menos: para mi no hay nada como meditar regularmente.

Basta con tomarme unos días de vacaciones de la meditación, para que note la diferencia. A mi me parece que la dinámica actual de vida es una auténtica locura. El trabajo ya no se entiende como una mera obligación para proporcionarte un sustento, no: es la realización personal, con lo que requiere casi total dedicación, mucho sacrificio y esfuerzo. El trabajo de oficina nos obliga al sedentarismo, con lo que el cuidado físico se convierte en una prioridad: hay que hacer ejercicio o la salud se resiente. Además la familia, el cuidado de la casa, las aficiones. Disponemos de una oferta cultural y de ocio inagotable, imposible hacer todo lo que me atrae. Como además no hay distancias porque ya todos tenemos coche, tampoco hay excusa para participar en acontecimientos sociales o familiares, por lejos que estén, el avión lo une todo. Y sin movilidad también, el móvil lo llevamos puesto y demanda constante atención, es adictivo.

Creíamos que evolucionábamos hacia una sociedad más libre, pero paradojas de la vida,  cada vez somos más dependientes y esclavos de lo que nosotros mismos nos imponemos, hasta la extenuación. No sé hasta que punto vamos por buen camino o quizás corremos entusiasmados hacia un abismo.

Para mi no hay nada tan reparador como una buena meditación. Descansar en la quietud, la calma. Soltar los músculos, nada que hacer, el mundo puede seguir girando sin que yo me ocupe, todo está bien. Soltar los sentidos, las sensaciones, dirigirlos hacia dentro, como el aire que inhalo. Inhalo, exhalo y al exhalar soltar la realidad ordinaria y expandirme en una realidad interior que cada vez es más familiar. Soltar las ideas, las creencias, la máscara, la persona, lo conocido y permitirme desde allí observar lo que se manifiesta como si lo experimentara por primera vez, en la simple presencia de ser. Sin juzgar, sin interpretar, no hay necesidad de entender, ni explicar. La mente se transforma en un rumor de pensamientos al que no presto mucha atención, aunque a veces me distrae, pero no importa, vuelvo a inhalar.

Conectar de forma regular con esa presencia interior, justo en el centro del universo, que lo es sólo porque yo estoy ahí en ese momento, es algo que transforma. Para mi significa ampliar la perspectiva con la que contemplo mi realidad, mi persona, la comunicación con otras personas, la vida; sentirme más libre y al mando desde mi voluntad soberana; vivir la vida con más alegría. Pero es preciso hacerlo de forma regular, porque si no, a poco que me distraiga me subo de nuevo al tren de la dinámica que marca esta vida loca y desenfrenada que llevamos hoy día. La gran ventaja es que con la experiencia, el camino de vuelta a la armonía y la paz, se hace más fácil.

 

 

 

 

 

 

Practicar la compasión

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Encuentro curioso que cuando uno empieza a practicar el despertar de la compasión, normalmente comienza con personas afines al aprendizaje y va bien. Luego se anima uno a compartir con personas desconocidas y no hay problema, pero en algún momento encuentras que deberías practicarlo también con alguien más próximo al entorno personal y ¡¡Ay!!, ¿cómo es posible que no sea más fácil con las personas más queridas?

Resulta tremendamente frustrante toparse con ésta dificultad, en parte porque cuando uno ha alcanzado a sentirse «cómodo» practicando la compasión hasta abarcar los inmensos males del mundo, se ha creado la ilusión de sentirse capaz de todo. Claro, ante semejante expectativa, el fracaso lleva inevitablemente al sentimiento de culpa y pone de manifiesto las exigencias que creamos en torno a nuestro propio comportamiento. La primera lección a aprender es aceptar la situación, aceptar las dificultades es el primer paso hacia la comprensión ante cualquier circunstancia.

Cuando intento entender el por qué, me doy cuenta de lo fácil que resulta tener una actitud compasiva con alguien que no conoces. Resulta paradójico, cómo puede ser posible que pueda ser compasivo con alguien desconocido y no sea capaz de serlo con alguien próximo a quien aprecio o incluso amo. Pues así es, con alguien a quien no conozco y que no me conoce, puedo permitirme mostrarme con la actitud adecuada. Pero si es alguien conocido ¡mucho más si es amigo o familia!, entonces yo ya respondo inconscientemente, ya tengo pautas de comportamiento aprendidas respecto a esa persona, muchas de ellas totalmente inconscientes, también prejuicios, emociones, sentimientos… todo eso forma parte de un conglomerado de circunstancias entre esa persona y yo, que en el caso del desconocido no existen. Igual pasa con esa persona que no te cae bien o incluso que te ha hecho daño, hay ya un patrón de comportamiento hacia esa persona que dificulta cualquier posibilidad de dirigir la compasión hacia ella.

Y es un fenómeno bidireccional: el mismo bloqueo que actúa en mí al gestionar la situación, se produce en la otra persona. Igualmente la otra persona podrá recibir esa compasión más fácilmente de alguien desconocido, simplemente porque también sus propios prejuicios sobre lo que ven en ti actúan como obstáculos.

Dirigir la compasión hacia uno mismo parece ser una buena alternativa para aliviar cualquier sufrimiento, tanto el propio y como el ajeno. En primer lugar porque todo este conflicto inevitablemente me desestabiliza y ya no puedo estar en el centro de armonía y paz que necesito para ofrecer apoyo a nadie. La práctica del Tonglen lo explica así: «Antes de poder practicar Tonglen verdaderamente, hay que ser capaz de hacer aflorar la compasión en uno mismo. Esto es más difícil de lo que solemos imaginar…».

Esta práctica me resulta realmente útil para abordar todas las barreras, dificultades y emociones que pueden impedir que mi voluntad de ayudar, llegue a ser útil. Tal como lo define Sogyal Rimpoche «la práctica de Tonglen, que en tibetano significa «dar y recibir», es una de las más útiles y poderosas. Cuando uno se siente encerrado en sí mismo, Tonglen le abre a la verdad del sufrimiento de los demás; cuando tiene el corazón bloqueado, destruye las fuerzas que lo obstruyen, y cuando se siente ajeno a la persona que padece, o que está resentida o desesperada, lo ayuda a encontrar dentro de sí mismo, y luego a irradiar, el amoroso y expansivo resplandor de su verdadera naturaleza. No conozco ninguna otra práctica tan eficaz para destruir el apego y mimo a sí mismo del yo y su ensimismamiento, que es la causa de todo nuestro sufrimiento y raíz de toda la dureza de corazón.»

La vida es un continuo aprendizaje, aunque a veces también apetece tomarse unas vacaciones 😉

 

 

 

 

 

 

 

La transformación interior

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Cuando meditamos, a veces usamos recursos como la visualización, la imaginación, imágenes bellas o frases inspiradoras. En realidad es un truco, una especie de autoengaño, una ayuda. Mediante la sugestión imagino estar en una playa tranquila, siento la brisa fresca y el calor del sol, escucho el rumor de las olas… ¡qué gozo!, automáticamente llega el bienestar y la paz. Esto realmente funciona y está demostrado. En alguna medida, el simple pensamiento activa en nuestro cuerpo los mismos mecanismos fisiológicos que la experiencia real. Uno lo puede comprobar fácilmente por si mismo.

Estas herramientas vienen muy bien para aflojar tensiones, preocupaciones y el frenético ritmo que en ocasiones vamos acumulando a lo largo del día. Por eso estas técnicas son eficaces para facilitar la entrada en la meditación y a veces por sí mismas proporcionan un gran bienestar. Sin embargo hay ocasiones en las que después de la relajación, después de un rato, (a mi personalmente me pasa con frecuencia justo en el momento en que me tumbo en la cama para dormir), entonces alguna circunstancia que antes de la relajación me inquietaba vuelve a resurgir. Igual que un balón al que hemos empujado bajo el agua cuando lo volvemos a soltar, sale de golpe a la superficie. Entonces la máquina mental se pone en marcha y empieza de nuevo a darle vueltas y más vueltas al tema, como una lavadora, aunque carezca de sentido ni fin. Se acabó la paz.

Cuando esto pasa siento que hay que profundizar más, más en el interior, más en las capas inconscientes, más en los entramados emocionales, en la memoria profunda, personal, familiar y social. Y esto de indagar en las capas profundas no se consigue fácilmente, es un proceso de transformación interior y se avanza a poquitos. Pese a eso, no conviene desesperar o desanimarse, venga, vale, un poco de tristeza si, es natural. Pero es profundizando en mi interior donde siento que se van notando las capas que velan la consciencia, identificando los patrones aprendidos y aflojando resistencias, soltando prejuicios, reconciliándome con las circunstancias actuales, vislumbrando posibilidades que antes no concebía. El proceso también requiere de una gran dosis de soltar las exigencias personales y aceptar los errores, estos también hay que aprender a aceptarlos junto con la situación actual, tal y como es.

Cada nueva dificultad es un mayor desafío, parece que uno necesitara herramientas más potentes para afrontarlos, pero no. Las herramientas son siempre las mismas, simples y sencillas. Si no las recuerdas, repasa lo que antes te ha funcionado y si no funciona, recurre a los que te conocen bien, seguro que alguien próximo a ti te las puede recordar.

Finalmente todo pasa, todo queda, seguimos andando por el camino de la vida. Una vez que se vive una experiencia vale la pena soltar mochilas, cargas de fracasos, frustraciones. Es útil recordar y ahí queda en el fondo de la experiencia, pero sentirlo como un peso que nos impida progresar, no es práctico. Vale la pena ir ligeros, saltando y jugando como hacíamos de niños. ¿Y si jugamos a vivir y disfrutar en el proceso?

 

 

 

 

 

 

Dar y recibir

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Entré en el voluntariado por el impulso, casi podría decir, por la necesidad de compartir los conocimientos y experiencias maravillosas que me han ayudado a tener una vida más plena y más consciente. Igual que he oído decir a muchos, os diré que siempre recibe uno mucho más de lo que da, en este sentido el voluntariado es una tarea muy gratificante.

Sin embargo no es una empresa exenta de peligros. No lo voy a negar, es una dedicación complicada de asumir cuando uno ya tiene sus propias tareas. Además, si te implicas personalmente en ello, corres el riesgo de volcarte en exceso, incluso hasta el agotamiento. También desde el punto de vista emocional, te puedes estar implicando más de lo que es conveniente para tu propia salud y equilibrio, cargar con los problemas, dejar que te afecten en tu vida. En parte, esto me parece inevitable, va con el paquete.

Por lo que observo, hay distintas maneras de afrontar el desempeño en el voluntariado: bien mediante una entrega y dedicación absolutas, dejarse impulsar por la pasión, nutrirse de los resultados. Llevado al extremo, incluso identificarse con la misión y dedicar la vida a ello. No me cabe duda de que esta vía puede resultar muy gratificante. Pero también implica una dependencia, estaré bien en función de que mis proyectos vayan bien. Condiciono mi bienestar al resultado del servicio.

Otra vía, y es ésta la que personalmente me estoy trabajando, consiste en abrirme a compartir desde el respeto al camino y evolución de las otras personas, ofrezco lo que tengo pero no me implico en el resultado. Ayudo con lo que puedo, pero dejo en manos de la otra persona el que le sirva o no. Pero también y más importante, desde conocimiento y el respeto de mi propio camino y evolución.

No me resulta fácil, lo reconozco, las circunstancias terminan afectándome en alguna manera. Empiezo a darme cuenta de que en la medida en que adquiero un compromiso con las personas a las que ofrezco ayuda, también es necesario asumir la responsabilidad más importante, que es el propio bienestar. Empiezo a ver que esto requiere un trabajo interior adicional para procesar de forma saludable las circunstancias que acepto compartir. La entrega a compartir experiencias y evolución, de impactar en mi entorno o influir positivamente en alguna persona,  puede ser un regalo maravilloso en la vida, pero si no soy capaz de gestionarlo bien me puede terminar «quemando» o alejándome de mi propósito de vida.

A nivel práctico, esto significa:

  • Aprender a gestionar el tiempo, respetando el tiempo que necesito para mi bienestar personal así como para el bienestar de mi entorno familiar y social.
  • Aprender a gestionar la energía del cuerpo, saber dosificar y descansar para recuperarme.
  • Mantener una conexión permanente con el sentir. Sin ese anclaje al corazón, no me es posible conducir mi vida por el camino adecuado.

Así, espero seguir ofreciendo y disfrutando de la sonrisa 🙂

 

 

 

 

 

 

Voluntariado

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Ana y yo hablábamos de las sensaciones encontradas que nos surgen en relación con este nuevo proyecto. Por una parte una enorme ilusión y alegría por la posibilidad de compartir experiencias y conocimientos. Por otra cierta angustia: «Pero y … ¿cómo?, ¿cuándo?, ¡si ya tenemos la agenda que ni en los márgenes entran más actividades!»

El caso es que no tengo ni idea de cómo vamos a salir de esta encrucijada, pero he decidido no enterrar toda mi ilusión en dificultades que aún no se han manifestado, no empezar desde el estrés, el cansancio, por no respetar mi propio bienestar. Me niego a permitir que algo tan bello como lo que estamos iniciando, se contamine de preocupación. No quiero perder la sonrisa, quiero aprovechar todo el camino y disfrutarlo, en cada momento. Así que mejor apartar las dudas, de momento vamos a empezar y si conseguimos arrancar este proyecto, tan solo por eso, seguro que será maravilloso haber podido presenciarlo y colaborar de alguna manera. Conocer a tanta gente sabia, generosa y consciente que se está sumando a este proyecto, ya es algo muy especial.

En este sentido, me encantó el planteamiento que se hizo en la reunión cuando ante la pregunta: «¿qué podemos ofrecer?»,  alguien propuso «¿Y a tí qué te gustaría ofrecer?». Qué buena forma de darle la vuelta, ahora, más que la idea de un voluntariado en el que uno entrega su tiempo y energía a una causa, lo veo como una oportunidad de aprender y practicar una forma diferente de hacer las cosas, de trabajar, de relacionarse y convivir. Una plataforma para desarrollar las ideas y propuestas de cambio que cada uno deseamos ver realizadas en nuestro entorno. Y me parece un regalo maravilloso formar parte de un movimiento que busca experimentar con formas de hacer las cosas para que sean más humanas, armoniosas y amables. Desde el voluntariado ya no hay barreras, además el simple hecho de que uno lo proponga de una forma altruista, ya tiene un importante significado porque cambia la visión de las personas que estamos acostumbradas a que todo tenga un precio. Eso afecta mucho a la visión egocéntrica y materialista que las personas tenemos de la humanidad en general, nos reconcilia con el ser humano, con la naturaleza y la vida.

Viéndolo de otro modo, quizás no se trate necesariamente  de agregar más actividades a nuestra apretada agenda. Si podemos incorporar conocimientos, técnicas, prácticas, etc. a nuestro quehacer diario, puede que simplemente el ejemplo que cada uno ofrece con su propia transformación personal, con una forma distinta de llevar a cabo el propio trabajo, eso ya esté obrando el cambio que queremos ver en nuestro entorno. Y eso de algún modo ya está pasando, porque ya lo estamos haciendo.

Ese sentimiento me trajo a la memoria el nombre de la asociación, “La sonrisa de Melania” y esa es mi inspiración, cualquier participación ha de seguir esta premisa, ha de ser desde una sonrisa interior y también exterior. Da igual cuánto ni cómo, llegará el momento de abrirse al mundo, pero tal y como lo siento, ha de ser desde el equilibrio interior, disfrutando y con alegría.

Desde aquí mando mi más sincero reconocimiento, admiración y afecto a este magnífico equipo de voluntarios que forma «La sonrisa de Melania». De corazón os digo que es un enorme privilegio crecer con vosotros.

Os dedico una enorme sonrisa 🙂

 

 

 

 

El pastito interior

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Todos tenemos ese lugar interior donde nos sentimos a gusto, en paz, el espacio entorno se difumina, ya no me afectan las circunstancias externas ni las preocupaciones, el tiempo pasa y ni me entero. Observa tu quehacer de cada día, seguro que sabes a qué me refiero. Para algunos puede ser quedarse en la cama, para otros pintar, correr, música, pasear, escribir, bailar, etc. Normalmente son situaciones de reposo, introspección o creatividad. ¿Lo reconoces?, quizás lo visitas regularmente o lo recuerdas con añoranza porque hace tiempo que no lo visitas.

Me encanta la expresión que utiliza Miguel y que tomó de la viñeta de Mafalda, por eso la he escogido para el título:

pastito

Cada cuál tiene su propia puerta de acceso a ese “pastito interior”, si conoces la tuya puedes practicar de forma regular y cuando ya te conoces bien el camino, es mucho más fácil llegar allí y empezar a gozar. Si me habéis leído antes ya lo sabéis, mi puerta es la meditación. Pero no tiene que haber solo una puerta, pueden ser muchas e incluso combinarse entre ellas. ¿Y por qué es importante estar allí? Si te ocurre como a mi, puede que sientas la necesidad de parar y reconectar con tu esencia. O puede que simplemente por gusto. Sin embargo a menudo despreciamos este tiempo, lo tenemos relegado a tiempo de ocio o tiempo perdido.

¿Realmente apreciamos el valor de esta experiencia? A medida que lo practico de forma habitual, me doy más cuenta de su importancia. Sólo cuando estoy ahí encuentro que mi espacio interior se abre, tanto que puedo navegar entre mis partes del cuerpo, mis pensamientos, mis emociones e incluso mis experiencias. Observo cómo se encuentran, soy capaz de detectar algún problema porque ya no soy parte de él, me separo y lo veo en la distancia, sin involucrarme, sin que me afecte. Como a Miguelito 😉

Esta distancia no se debe confundir con indiferencia, estamos en la creencia de que hay que hacer siempre algo para resolver las situaciones, pero antes de empezar a actuar es bien importante saber dónde, cómo, cuál es el momento y la estrategia adecuada. En esa distancia, en ese espacio interior, las cosas se ordenan de forma natural en importancia, prioridad, se aclara y se simplifica mucho la vida. Se armonizan las experiencias exteriores con las interiores, te haces más consciente de tu realidad interior, tan habitualmente ignorada o relegada al inconsciente.

Te invito a visitar tu pastito interior, experimentar y ver su capacidad de transformar la experiencia de la vida. Gozar de él y ya me dirás si con el tiempo no cambia tu percepción de lo que es realidad.

 

 

 

 

 

 

Cicatrices

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Desde que nacemos ya sabemos que la vida es un ciclo, un tiempo del que disponemos para vivir experiencias. En mi juventud, con su divina venda de locura, recuerdo no ser consciente de los peligros y arriesgarme sin medida, como si fuese inmortal. Como consecuencia de todo lo vivido, el cuerpo adquiere cicatrices, algunas visibles, otras más sutiles o profundas. Yo ya tengo unas cuantas.

A menudo me pregunto el por qué de las cicatrices, por qué alguna heridas se curan completamente, pero otras dejan huella. ¿Y cuánto tarda en curarse? Por qué a veces termina por casi desaparecer alguna que se ha demorado durante años. Su comportamiento no parece ser siempre previsible, el cuerpo actúa marcando algunas heridas más que otras o sanando a veces mejor que otras.  Por otra parte, pero también encuentro similitud con este comportamiento, algunos sostienen que las marcas de nacimiento son huellas de lesiones anteriores a nuestro nacimiento. Interesante.  También las enfermedades parecen tener un carácter hereditario. Qué sorprendente que el cuerpo humano pueda memorizar tanto. Qué maravilla la forma que tiene nuestro cuerpo de experimentar la vida y expresarse de forma autónoma a nuestra conciencia. Qué lejos estamos de entender completamente el cuerpo que habitamos.

Imagino que el propósito de esta memoria celular pueda ser mantenernos prevenidos de cierto peligro que en algún momento pasado no supimos evaluar correctamente. Por eso miro mis cicatrices con cariño, son situaciones ya superadas y avisos para tener en cuenta en el futuro. Aún así me gustaría llegar a sanar o resolver cualquier situación pasada que pueda afectarme en el futuro, poder liberarme tanto de las cicatrices visibles, como de aquellas huellas sutiles grabadas en mi memoria celular pero no en mis recuerdos conscientes.

Durante mis prácticas de TDA con Avihay, he llegado a practicar distintas técnicas y he podido comprobar su eficacia para rescatar estas huellas o memorias que alberga el cuerpo: meditación, «rebirthing«, regresión… Me parece que uno se puede estar trabajando y explorando hasta el infinito, sanado todo lo pasado y acumulado en el cuerpo. Y aún así, cuando de forma inesperada se manifiesta algún problema de salud y exploro cuál pueda ser su origen, siempre encuentro alguna relación con el momento presente, con la situación actual que justifica su aparición. Finalmente entiendo que tampoco tiene sentido tanto explorar y buscar en la memoria, porque requiere demasiada dedicación, demasiado tiempo. Me parece preferible encontrar un equilibrio entre indagar en mi interior y vivir en el presente. Y confío plenamente en que lo que tenga que manifestarse aparecerá en el momento adecuado y entonces, igual que con las cicatrices, por muy incómodo que resulte, lo miraré con cariño porque sin duda me está enseñando algo del momento presente que necesito atender.

Aprendo a amar mis cicatrices y también a darles las gracias con alegría cuando se van. Y a ti ¿qué te dicen tus cicatrices?

 

 

 

 

 

Escucha abierta

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He tenido la oportunidad de presenciar a Sergi Torres en directo y ha sido muy interesante. La sesión tuvo lugar este 28 de octubre en el acto de clausura del curso de Educación Holista, en un coloquio entre Sergi y los allí presentes.

Lo primero que me sorprendió de Sergi fue la manera de “deconstruir” la pregunta que se le formula. A menudo te dice que en realidad no sabe cuál es la respuesta y entonces parece que empieza a indagar, te hace repetirla una y otra vez, volverla a explicar o ampliar algún aspecto, hasta que uno mismo llegue a comprenderla en profundidad y a sentir el origen de la pregunta. Pues sostiene que la respuesta se encuentra en la propia pregunta y que de hecho cualquier información que él pueda aportar no te va a servir, ya que su respuesta le sirve sólo a él y ha de encontrar la respuesta que te sirva a ti.

El proceso resulta a veces divertido para la audiencia e imagino que algo incómodo para quien se vuelve de forma inesperada el objeto de tan profunda y exhaustiva exploración. Uno está acostumbrado a exponer la pregunta y ponerse a la escucha, cuando pides consejo o ayuda, esperas que te propongan ideas, alternativas o mejor aún, una ruta clara y concreta hacia la solución. Estamos acostumbrados a buscar soluciones en maestros o en internet, porque casi nada es nuevo y casi todo lo que nos pasa ya le ocurrió a alguien más, a que la solución nos llegue desde afuera. Pero Sergi se cuela por detrás y busca esa respuesta particular y personal que hay en ti, en eso es como un mago sacando un conejo de la chistera. Preguntas por algo que crees que no sabes pero él te va guiando hasta hacerte entender la necesidad real dentro de ti, hasta que la respuesta surge de ti y entonces no necesitas que nadie te la explique porque ya lo ves.

Lo segundo que me sorprendió es su escucha real a la pregunta tal y como nace de ti, su escucha es abierta, como si apartara todo lo que hay en él para enfocarse sólo en lo que expresa y siente la persona que plantea la pregunta. Y al mismo tiempo el absoluto respeto a esa solución que brota de uno mismo, con ese respeto demuestra su convencimiento claro de que esa es la respuesta perfecta para ese preciso momento. Tampoco interviene en valorar ni enjuiciar si la respuesta que surge de la persona es la más correcta o aunque uno perciba que es incompleta, da igual. Lo único que parece importarle es que tú lo veas y si no lo ves, ahí se queda porque es justo lo que necesitas.

Esa capacidad de Sergi de respetar a la persona en su propio proceso, en su momento, su situación presente y particular, me impresionó. A mi me costaba trabajo cerrar la boca y escuchar, porque cuando uno oye una pregunta que juzga clara, responde en automático, estamos muy habituados a generar respuestas, ofrecer alternativas y presuntas soluciones, pretendiendo así que entendemos la situación de la persona. No es así, en realidad lo que ofrecemos es la respuesta a una pregunta en el modo en que nos la hemos formulado a nosotros mismos y ofrecemos la respuesta particular que nos sirvió a nosotros. Que tampoco es despreciable.

Sergi ha abierto una puerta a mi comprensión de lo que es escuchar a una persona sin intentar interpretar o intervenir, sólo observarla en su proceso y celebrar la maravilla que hay en ello. Es una lección de humildad, porque uno ha de desprenderse de su propia sabiduría o experiencia para escuchar desde el máximo respeto la situación de la otra persona, para amablemente iluminar su propia capacidad de entender el fondo del problema y resolverlo. Una lección importante que particularmente dirigida hacia los educadores, cobra mucho más significado. Gracias Sergi.

 

Trascender la necesidad

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Tal y como yo lo siento, la necesidad es una emoción muy similar al miedo en el sentido en que ambas tienen carácter propio por si mismas. Me explico, hay miedos concretos: a la oscuridad, al vacío, al dolor, a la soledad, etc. Sin embargo parece que a veces un miedo esencial se instala como una densa nube gris en el corazón, a partir de ese momento lo impregna todo con su sombra y empezamos a tener miedo de todo, a vivir con miedo. Así también la necesidad puede ser concreta, necesito alimentarme, afecto, dinero, comprensión, etc. Pero en ocasiones resulta ser una sombra persistente que consigue que ningún alimento me sacie, ningún afecto me parezca el adecuado, ningún dinero suficiente… La sensación de carencia se instala en mi persona y entonces no encuentro consuelo en nada, me sumerjo en la constante necesidad.

Aunque en principio no resulte para nada agradable, la necesidad como tal me parece que juega un papel importante en la vida, entender mis necesidades me ayuda a conocer qué es aquello que puedo explorar para que mi cuerpo o mi espíritu evolucionen en la experiencia de vivir. Desde luego me parece positivo necesitar más cosas además de las básicas, salud, sustento y afecto; por ejemplo alegría, conocimiento, viajes, diversión, cosas que están a mi alcance o que me puedo procurar de algún modo. Ya no me parece tan bueno cuando la necesidad pasa a ser algo tan grande que me posee y condiciona mis pensamientos y mis emociones, de tal manera que mi necesidad parece ser un destino inevitable o algo inalcanzable, porque eso me lleva a la  infelicidad. Y entonces entiendo con claridad que finalmente sólo hay dos cosas que realmente necesito por encima de todas las demás: ser feliz y vivir con amor.

Si la observo desde la tranquilidad, entiendo  que la necesidad puede ser una gran maestra, por duro que resulte. Me muestra precisamente aquello que no sé apreciar, valorar o procurarme. Cuidado, en absoluto estoy hablando de renunciar o resignarme a la realización de mis necesidades, las más triviales o las más importantes ¡la vida es para gozarla! Lo que me propongo consiste en no anclarme al resultado, entender que se puede ser feliz y vivir en el amor sin condicionarlo a la realización de lo que me proponga, tanto si resuelvo mis necesidades como si no.

Me parece importante vivir la vida sin renunciar nunca a la felicidad y al amor, incluso en las condiciones más difíciles. Recuerdo algún viaje por lugares más desfavorecidos, donde las necesidades de la pura supervivencia formaban parte de la vida cotidiana, y sin embargo he podido encontrar las más abiertas muestras de alegría, felicidad y amor. Prueba indiscutible de que aún en circunstancias adversas, la vida puede brillar en todo su esplendor.

Por desgracia, no confío en que aprender la lección que me muestra una necesidad sirva para que desaparezca esa carencia, me temo que no funciona así la cosa. De lo que si tengo un convencimiento claro es de que trascender la necesidad me ayudará a buscar y experimentar la felicidad más allá de lo que me corresponda vivir. Y eso no me parece poco, la verdad.

 

 

 

 

 

 

Se acabó el verano

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Y con el verano se acabó también ese tiempo que me había dado de descanso, de abrir hueco para poner en pausa todas aquellas tareas cotidianas, de abrir espacio en el tiempo para descansar el cuerpo y relajar la mente.

Ha valido la pena y bien podría prolongarlo un tiempo, pero lo cierto es que ya tengo ganas de hacer cosas. Llega el momento de retomar las actividades habituales: la familia, los deportes, la música, los amigos, los asuntos de la casa, ¡rápidamente se llena la agenda! y resulta que así, de sopetón, los próximos 15 días ya están ocupados. Aún no ha comenzado la actividad y ya empiezo a sentir el desasosiego que me produce esta sensación de falta de tiempo, de caer en una red de tareas que me atrapa sin posibilidad de movimiento. Respiro profundamente y busco la paz en mi interior, todo puede pausarse de nuevo. ¿Por qué esa inquietud? ¡Si estaba deseando retomar las actividades!

Desde mi paz interior aprendo eso que se llama fluir con las circunstancias, que en mi caso consiste en tomar conciencia de que tener una lista de cosas que deseo o necesito hacer más grande que el tiempo disponible, no es un problema en si mismo. Más bien al contrario, es una gran alegría tener ilusión, sentir curiosidad, disposición y ganas por hacer tantas cosas. Si no se pueden hacer todas, pues no pasa nada, poquito a poco irán saliendo las oportunidades​, planeo las que me convienen y no me preocupo de la agenda, me abro a la posibilidad de cambiar o cancelar algún plan cuando surja algo inesperado. Teniendo previstas las cosas que están planeadas para el futuro, fijo mi atención en el momento presente, no miro más allá de hoy, no quiero que la preocupación por el mañana me distraiga de disfrutar plenamente las actividades actuales.

Desde mi paz interior acepto las circunstancias que yo he elegido, las actividades que me he propuesto realizar y elijo vivirlas desde el gozo, la alegría y el amor. Con el deleite y la pasión con las que me propuse emprenderlas. ¡No renuncio a eso! Es que si no es para disfrutar, no vale la pena hacerlo.

Y sobre todo tengo muy presente la necesidad de tomarme un tiempo diario donde soltar de forma consciente toda la actividad, para poder descansar en la paz profunda. Tiempo y espacio para reconocerme en mi esencia, más allá de las circunstancias que constituyen mi vida. Y disfrutar de la alegría simple de vivir, ser y estar. Sólo desde esta separación de la actividad cotidiana puedo sentir verdaderamente que soy yo, desde mi voluntad, quien experimenta la vida y no al revés, que la vida es una sucesión de cosas que me vienen.

Empieza un nuevo viaje, ahora casi son otras vacaciones.