La transformación interior

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Cuando meditamos, a veces usamos recursos como la visualización, la imaginación, imágenes bellas o frases inspiradoras. En realidad es un truco, una especie de autoengaño, una ayuda. Mediante la sugestión imagino estar en una playa tranquila, siento la brisa fresca y el calor del sol, escucho el rumor de las olas… ¡qué gozo!, automáticamente llega el bienestar y la paz. Esto realmente funciona y está demostrado. En alguna medida, el simple pensamiento activa en nuestro cuerpo los mismos mecanismos fisiológicos que la experiencia real. Uno lo puede comprobar fácilmente por si mismo.

Estas herramientas vienen muy bien para aflojar tensiones, preocupaciones y el frenético ritmo que en ocasiones vamos acumulando a lo largo del día. Por eso estas técnicas son eficaces para facilitar la entrada en la meditación y a veces por sí mismas proporcionan un gran bienestar. Sin embargo hay ocasiones en las que después de la relajación, después de un rato, (a mi personalmente me pasa con frecuencia justo en el momento en que me tumbo en la cama para dormir), entonces alguna circunstancia que antes de la relajación me inquietaba vuelve a resurgir. Igual que un balón al que hemos empujado bajo el agua cuando lo volvemos a soltar, sale de golpe a la superficie. Entonces la máquina mental se pone en marcha y empieza de nuevo a darle vueltas y más vueltas al tema, como una lavadora, aunque carezca de sentido ni fin. Se acabó la paz.

Cuando esto pasa siento que hay que profundizar más, más en el interior, más en las capas inconscientes, más en los entramados emocionales, en la memoria profunda, personal, familiar y social. Y esto de indagar en las capas profundas no se consigue fácilmente, es un proceso de transformación interior y se avanza a poquitos. Pese a eso, no conviene desesperar o desanimarse, venga, vale, un poco de tristeza si, es natural. Pero es profundizando en mi interior donde siento que se van notando las capas que velan la consciencia, identificando los patrones aprendidos y aflojando resistencias, soltando prejuicios, reconciliándome con las circunstancias actuales, vislumbrando posibilidades que antes no concebía. El proceso también requiere de una gran dosis de soltar las exigencias personales y aceptar los errores, estos también hay que aprender a aceptarlos junto con la situación actual, tal y como es.

Cada nueva dificultad es un mayor desafío, parece que uno necesitara herramientas más potentes para afrontarlos, pero no. Las herramientas son siempre las mismas, simples y sencillas. Si no las recuerdas, repasa lo que antes te ha funcionado y si no funciona, recurre a los que te conocen bien, seguro que alguien próximo a ti te las puede recordar.

Finalmente todo pasa, todo queda, seguimos andando por el camino de la vida. Una vez que se vive una experiencia vale la pena soltar mochilas, cargas de fracasos, frustraciones. Es útil recordar y ahí queda en el fondo de la experiencia, pero sentirlo como un peso que nos impida progresar, no es práctico. Vale la pena ir ligeros, saltando y jugando como hacíamos de niños. ¿Y si jugamos a vivir y disfrutar en el proceso?

 

 

 

 

 

 

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