Practicar la compasión

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Encuentro curioso que cuando uno empieza a practicar el despertar de la compasión, normalmente comienza con personas afines al aprendizaje y va bien. Luego se anima uno a compartir con personas desconocidas y no hay problema, pero en algún momento encuentras que deberías practicarlo también con alguien más próximo al entorno personal y ¡¡Ay!!, ¿cómo es posible que no sea más fácil con las personas más queridas?

Resulta tremendamente frustrante toparse con ésta dificultad, en parte porque cuando uno ha alcanzado a sentirse «cómodo» practicando la compasión hasta abarcar los inmensos males del mundo, se ha creado la ilusión de sentirse capaz de todo. Claro, ante semejante expectativa, el fracaso lleva inevitablemente al sentimiento de culpa y pone de manifiesto las exigencias que creamos en torno a nuestro propio comportamiento. La primera lección a aprender es aceptar la situación, aceptar las dificultades es el primer paso hacia la comprensión ante cualquier circunstancia.

Cuando intento entender el por qué, me doy cuenta de lo fácil que resulta tener una actitud compasiva con alguien que no conoces. Resulta paradójico, cómo puede ser posible que pueda ser compasivo con alguien desconocido y no sea capaz de serlo con alguien próximo a quien aprecio o incluso amo. Pues así es, con alguien a quien no conozco y que no me conoce, puedo permitirme mostrarme con la actitud adecuada. Pero si es alguien conocido ¡mucho más si es amigo o familia!, entonces yo ya respondo inconscientemente, ya tengo pautas de comportamiento aprendidas respecto a esa persona, muchas de ellas totalmente inconscientes, también prejuicios, emociones, sentimientos… todo eso forma parte de un conglomerado de circunstancias entre esa persona y yo, que en el caso del desconocido no existen. Igual pasa con esa persona que no te cae bien o incluso que te ha hecho daño, hay ya un patrón de comportamiento hacia esa persona que dificulta cualquier posibilidad de dirigir la compasión hacia ella.

Y es un fenómeno bidireccional: el mismo bloqueo que actúa en mí al gestionar la situación, se produce en la otra persona. Igualmente la otra persona podrá recibir esa compasión más fácilmente de alguien desconocido, simplemente porque también sus propios prejuicios sobre lo que ven en ti actúan como obstáculos.

Dirigir la compasión hacia uno mismo parece ser una buena alternativa para aliviar cualquier sufrimiento, tanto el propio y como el ajeno. En primer lugar porque todo este conflicto inevitablemente me desestabiliza y ya no puedo estar en el centro de armonía y paz que necesito para ofrecer apoyo a nadie. La práctica del Tonglen lo explica así: «Antes de poder practicar Tonglen verdaderamente, hay que ser capaz de hacer aflorar la compasión en uno mismo. Esto es más difícil de lo que solemos imaginar…».

Esta práctica me resulta realmente útil para abordar todas las barreras, dificultades y emociones que pueden impedir que mi voluntad de ayudar, llegue a ser útil. Tal como lo define Sogyal Rimpoche «la práctica de Tonglen, que en tibetano significa «dar y recibir», es una de las más útiles y poderosas. Cuando uno se siente encerrado en sí mismo, Tonglen le abre a la verdad del sufrimiento de los demás; cuando tiene el corazón bloqueado, destruye las fuerzas que lo obstruyen, y cuando se siente ajeno a la persona que padece, o que está resentida o desesperada, lo ayuda a encontrar dentro de sí mismo, y luego a irradiar, el amoroso y expansivo resplandor de su verdadera naturaleza. No conozco ninguna otra práctica tan eficaz para destruir el apego y mimo a sí mismo del yo y su ensimismamiento, que es la causa de todo nuestro sufrimiento y raíz de toda la dureza de corazón.»

La vida es un continuo aprendizaje, aunque a veces también apetece tomarse unas vacaciones 😉

 

 

 

 

 

 

 

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