Correr, correr

Estándar

A veces tengo la sensación de que no paro de correr. Correr para todo, para el trabajo, las tareas, el ocio, correr para llegar antes al descanso, descansar rápido para hacer más cosas… Por más que me esfuerce en poner límites, horarios, que practique el decir «no» o programe los ratos para descansar, eso no basta, aún parece faltar algo. Y es que ya lo echo de menos: para mi no hay nada como meditar regularmente.

Basta con tomarme unos días de vacaciones de la meditación, para que note la diferencia. A mi me parece que la dinámica actual de vida es una auténtica locura. El trabajo ya no se entiende como una mera obligación para proporcionarte un sustento, no: es la realización personal, con lo que requiere casi total dedicación, mucho sacrificio y esfuerzo. El trabajo de oficina nos obliga al sedentarismo, con lo que el cuidado físico se convierte en una prioridad: hay que hacer ejercicio o la salud se resiente. Además la familia, el cuidado de la casa, las aficiones. Disponemos de una oferta cultural y de ocio inagotable, imposible hacer todo lo que me atrae. Como además no hay distancias porque ya todos tenemos coche, tampoco hay excusa para participar en acontecimientos sociales o familiares, por lejos que estén, el avión lo une todo. Y sin movilidad también, el móvil lo llevamos puesto y demanda constante atención, es adictivo.

Creíamos que evolucionábamos hacia una sociedad más libre, pero paradojas de la vida,  cada vez somos más dependientes y esclavos de lo que nosotros mismos nos imponemos, hasta la extenuación. No sé hasta que punto vamos por buen camino o quizás corremos entusiasmados hacia un abismo.

Para mi no hay nada tan reparador como una buena meditación. Descansar en la quietud, la calma. Soltar los músculos, nada que hacer, el mundo puede seguir girando sin que yo me ocupe, todo está bien. Soltar los sentidos, las sensaciones, dirigirlos hacia dentro, como el aire que inhalo. Inhalo, exhalo y al exhalar soltar la realidad ordinaria y expandirme en una realidad interior que cada vez es más familiar. Soltar las ideas, las creencias, la máscara, la persona, lo conocido y permitirme desde allí observar lo que se manifiesta como si lo experimentara por primera vez, en la simple presencia de ser. Sin juzgar, sin interpretar, no hay necesidad de entender, ni explicar. La mente se transforma en un rumor de pensamientos al que no presto mucha atención, aunque a veces me distrae, pero no importa, vuelvo a inhalar.

Conectar de forma regular con esa presencia interior, justo en el centro del universo, que lo es sólo porque yo estoy ahí en ese momento, es algo que transforma. Para mi significa ampliar la perspectiva con la que contemplo mi realidad, mi persona, la comunicación con otras personas, la vida; sentirme más libre y al mando desde mi voluntad soberana; vivir la vida con más alegría. Pero es preciso hacerlo de forma regular, porque si no, a poco que me distraiga me subo de nuevo al tren de la dinámica que marca esta vida loca y desenfrenada que llevamos hoy día. La gran ventaja es que con la experiencia, el camino de vuelta a la armonía y la paz, se hace más fácil.

 

 

 

 

 

 

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